La Liturgia de la Palabra de este Domingo está impregnada de optimismo por el éxito de la obra redentora de Cristo, y que la Iglesia continúa en el tiempo hasta que de nuevo Cristo vuelva. Tanto la 1ª Lectura, en la que el segundo Isaías conforta a los israelitas desterrados de Babilonia; como la 2ª, en que S. Pablo habla de la expectación de la creación entera que aguarda la manifestación de los hijos de Dios que sufren la esclavitud del pecado; como la abundante cosecha de la tierra buena que compensa con creces lo que se perdió en el pedregal, nos animan a confiar en el éxito de todos nuestros desvelos.
El Reino de Dios que Jesús vino a instaurar, encontró una fuerte repulsa en el judaísmo de su tiempo, lo encontró también el cristianismo naciente, y lo sigue encontrando hoy. Con la parábola del sembrador, Jesús nos propone la fe y la generosidad del sembrador al esparcir la semilla de la doctrina que, aunque puede dar un fruto dispar e incluso no darlo, pues su fecundidad depende de donde caiga, está destinada a proporcionar una espléndida cosecha.
El Señor quiere asociarnos a esta siembra de paz, de alegría, de mutuo respeto..., de amor a Dios y a todas las criaturas, a través del ejemplo, la palabra y la confianza con la que el sembrador arroja la semilla al surco. Él no ignora los hielos y la sequía, el azote del viento, del granizo y las plagas que pueden hacer estéril su trabajo. Pero no olvidemos que ese campo donde la semilla cae generosamente, somos también nosotros. La semilla es en sí misma fecunda pero el resultado de la recolección es desigual. ¿Por qué la acción de Dios en las almas produce efectos tan dispares? Es el misterio de la Vida divina y la libertad humana. Las palabras de Jesús revelan con toda su fuerza la responsabilidad de cada uno a disponerse bien para aceptar y corresponder a los dones divinos.
Las semillas de Dios son sembradas en el corazón del hombre con la tarea y el esfuerzo de ser sembradores de Dios en la historia de la humanidad. Hay que trabajar sembrando con optimismo, no con triunfalismo. La vida de nuestra sociedad no se construye con triunfos resonantes de nivel mundial, sino con el esfuerzo diario de sacar adelante la familia, el trabajo, el bien común de una Nación que se fortalece en valores permanentes. Estamos a dos años del Bicentenario, una oportunidad historia para examinarnos como cristianos y ciudadanos de cómo estamos dejando la Patria, el hogar, la fe, los valores, etc. Los argentinos debemos evitar creer que somos tan buenos que nada debemos cambiar, los falsos triunfalismos nos pueden distraer de lo esencial y vivir solo de momentos coyunturales y espasmódicos. Debemos ser sembradores de paz y alegría, de optimismo y realismo, de fe profunda y sólidos cimientos sociales, pero esto no se logra sino con un esfuerzo de humildad, trabajo y sacrificio (al decir de unos de los jugadores argentinos). Que el triunfo o no del mundial de fútbol, nos haga pensar con el sano realismo crítico de que a la Patria la sacamos con trabajo, educación y esfuerzo. Que el Señor Jesús nos inspire el realismo de la fe en medio de la vida diaria de ser argentinos decididos a lograr una victoria: la dignidad de vida de cada uno de los que viven en esta bendita tierra dada por Dios.